Hace cuatrocientos años, un objeto en la constelación Ophiuchus (“la serpiente titular”, cerca de Sagitario y Escorpio) de repente se iluminó con una intensidad mayor que cualquier otra estrella, más brillante aún que Venus. Los astrónomos de la época, incluyendo a Johannes Kepler, pensaron que estaban observando el nacimiento de una nueva estrella.

Lo que en realidad estaban observando, por supuesto, fue la muerte de una estrella vieja, lo que hemos llegado a conocer como una “supernova”. En esta composición de fotos tomadas por el telescopio espacial Hubble y el telescopio terrestre Chandra, podemos ver los brillantes filamentos de materia sólida rodeada por una gran nube de gases calientes, invisibles al ojo humano, pero expuesto por la visión de rayos X de Chandra.

La nube de escombros de la supernova de Kepler ahora mide unos 14 años luz de diámetro y se expande a una velocidad de 4 millones de kilómetros por segundo. A una distancia de apenas 13.000 años luz de la Tierra, la supernova de Kepler es uno de los seis supernovas jamás observadas en nuestra propia galaxia. Aún no se sabe si esta supernova seguirá dispersar o eventualmente colapsará en un Agujero Negro.

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